jueves, 9 de julio de 2020

El Don de la Palabra

Una mujer sabia que acabo de conocer me ha dicho, después de leer un par de entradillas de este blog, que tengo el don de la palabra. Tengo 43 años (2020) y hasta que no me lo ha dicho ella, yo ni siquiera lo había contemplado como tal.

Para mi, hablar, es tan natural y fácil como el respirar, algo que hago sin esfuerzo. Las palabras llegan a mi como un río caudaloso, abundante, rápido, sin encontrar obstáculos.


Hablo, según mi madre, bien clarito y fluido desde que tengo un año y medio, de hecho me tiene grabada en una cinta de cassette explicando un cuenta a esa edad. Ella también habla mucho, así que supongo que pasar todo el día juntas y solas, estimuló rápidamente la palabra en mí.


De niña recuerdo la necesidad imperiosa de comunicarme, de compartir todo aquello que pasaba por mi cabeza y mi corazón...miles, millones de palabras se agolpaban en mi mente tan deprisa, que a veces tartamudeaba un poco, porque mi boca no podía ir tan rápido como mi cerebro. Y sabes cual es la palabra que más recuerdo de mi infancia?...CÁLLATE!. Era una palabra que oía mucho, casi constantemente y a modo de gota malaya, fue abriéndose paso hasta mi alma, dejando que creciera allí la idea de que hablar tanto era un defecto, que estaba mal, que no era adecuada y aunque seguí hablando mucho, siento que mis palabras perdieron su esencia. Me sentí herida tan profundamente que desarrollé, sin ser consciente, uno de mis talentos: la EMPATÍA, germinó en mi la capacidad de ponerme en la piel de otra persona, y comprender lo que sentía sin que fuera necesario que me lo explicara.  Había aprendido, en carnes propias, lo que las palabras podían llegar a hacer sobre alguien, por eso escogía y escojo muy bien las palabras que digo cuando hablo con otra persona (no tanto cuando hablo conmigo misma, pero eso lo dejo para otra entrada).


Porque las palabras no se las lleva el viento, porque las palabras pueden herir como un cuchillo, porque las palabras pueden hundir como un bloque atado a tus pies. Pero sabes una cosa? las palabras también pueden elevar el espíritu, pueden ser fuente de inspiración o incluso un bálsamo para las heridas del alma.


Así que entre todas cuidemos mucho nuestras palabras, a propios y a extraños y a nosotras mismas, recuerda que tienen la capacidad de herir a alguien o de inspirarlo, sé responsable de lo que dices, y si lo que vas a decir no es más bonito que el silencio, entonces si te digo...CÁLLATE!


Gracias Rosa por tus palabras, porque de ellas nació esta entrada.




viernes, 28 de febrero de 2020

¡A mi no me hables en místico!

Una vez leí un escrito de una de mis maestras y amiga-hermana, Mariam Cárcel, que decía algo así como "a mi no me hables en místico". En su momento me hizo mucha gracia su forma de expresarse y aunque pensaba como ella, no le dí más vueltas al tema.

Hoy por circunstancias de la vida, vuelve a mi este tema. Veo cada vez más terapeutas, algunos colegas, otros simples conocidos hablar de espiritualidad, sobre todo de espiritualidad femenina, en términos casi de galleta de la fortuna o de mesías redentor.


Y ahí va mi opinión al respeto. Si queremos transmitir un mensaje, si deseamos que el mayor número de personas conecten con una espiritualidad de verdad,  propia, auténtica conectada con el corazón y no llena de dogmas vacios y prejuicios, creo que debemos empezar por no repetir los mismos errores que cometieron y cometen las religiones mayoritarias, fuente de la espiritualidad clásica.


El primero y principal es no creernos tocados por la mano de Dios, salvadores de la patria o el único camino para que otros crezcan espiritualmente. Que tú hayas recorrido el camino antes (y está claro que no hasta el final sino ya no estarías en este mundo), no te hace ser un Maestro, eso es otra cosa (y esa cosa seguro que tiene menos ego). Haber caminado ese camino solo te hace conocer algunos de sus recovecos, pero nada más, pues cada camino es diferente y para cada uno el camino tiene sus tiempos, y no serán los mismos que los tuyo, te lo aseguro!.

Si quieres acompañar y ayudar, simplemente párate y escucha, de igual a igual, admira el coraje y valor de esa persona para abrirse contigo...hazme caso es un privilegio poder verlo. Escucha sin juicio y con mucho amor. No vas a salvarla, no es tu cometido (salvo que seas bombero), esa persona no lo necesita, solo necesita ser VISTA, ESCUCHADA y ACEPTADA en su totalidad, con su luz y su sombra.

Y segundo punto, debemos cuidar mucho el nivel de lenguaje que utilizamos (creo que esto se estudia en la básica en clase de lengua castellana). Antiguamente se hacian las misas en latín y los creyentes repetían palabras que no entendían como loros. Si hablamos en místico (el latín de ahora) seguimos repitiendo los mismos patrones de aquellos clérigos que en el fondo no querian que el populacho supiera lo mismo que ellos, lo preferían ignorante y aborregado, las personas que nos escuchan repetirán nuestras palabras sin entender ni papa...¡Baja de tu púlpito y habla en el mismo idioma y nivel que tu receptor.!


Devolvamos la espirirualidad al cuerpo, al día a día, a la cotidianidad, al aquí y ahora. Que hablar de espiritualidad sea tan natural y fácil como hablar con una amiga de toda la vida...

Para hablar del alma, del amor no hace faltan palabras grandilocuentes, ni una retórica cargada de mensajes encriptados que solo puede desentrañar un gurú elevado...solo hace falta hablar con amor y desde el corazón...¡así que a mi no me hables en místico!...VA POR TI MARIAM 😘